
La mendicidad es producto y consecuencia, entre otros factores, de la
marginación económica. Aun siendo una actividad improductiva y parásita
está inserta en el sector de la economía como la más residual y
precaria.
En la situación de paro elevado y prolongado que sufre nuestro país, la
mendicidad se ha reproducido con rapidez generando unos niveles de
actividad entre cuatro y seis veces mayores que los existentes a finales
de la década de los 90, si bien es necesario advertir que los grupos
mendicantes son nómadas, dispuestos a desplazarse a cualquier lugar, con
un sentido de la provisionalidad muy fuerte.
La limosna constituye un fenómeno reproductor de la mendicidad, en tanto
que posibilita un efecto continuista. Las personas que donan limosnas
satisfacen la necesidad momentánea del mendigo, y, al mismo tiempo,
favorecen su conciencia personal. En muchos casos, la limosna no es más
que un remedio contra la “vergüenza ajena”. Se da limosna y se libera el
remordimiento de conciencia.
Estimamos que muy comúnmente, en esa piedad del limosnero hay no poca
hipocresía y siempre una concepción del mundo, según un tal orden
preestablecido, que, “como pobre que no va nunca a dejar de serlo, hay
que ayudarle” .
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